ENTREVISTAS

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BLAS JAIME, EL ÚLTIMO CHANÁ







Blas Jaime es oriundo de Nogoyá, jubilado de Vialidad y reside en Paraná. Es la única persona viva capaz de hablar en el ancestral idioma de los habitantes originarios de la región, que -como él mismo señala- no desaparecieron, porque viven entre nosotros, en la sangre de varios miles de entrerrianos. Pero sí está en extinción la lengua chaná, sus costumbres, su cultura, y por eso es imprescindible su testimonio. Preocupado, Jaime se dio a conocer y así fue que a partir de una iniciativa del Conicet se está trabajando en la recuperación del idioma chaná, a través de la tradición oral que las mujeres de su familia le legaron. El Miércoles dialogó con él y éste es su testimonio.


Por AMÉRICO SCHVARTZMAN *



¿Es correcto decir que usted es el último chaná?


Yo siempre digo que soy el último chaná que se conoce, ya que según el último censo hay más de 2.500 descendientes de chanás. Lo que sí, quizá mi sangre es más pura y la de mis hijos ya no tanto porque por parte de mi esposa son descendientes de rusos.


También sucede a la inversa: muchos con apellido español, italiano o judío están mezclados con gente que tiene sangre aborigen...


Claro, pero en este caso no se trata de los apellidos porque no tiene sentido, se han perdido... Se trata de la sangre verdadera. Mi tatarabuela, mi bisabuela, mi chona y mi madre eran chanás, por lo tanto la sangre que lleva mi cuerpo también es chaná.


Igualmente importante, o más, que la sangre es el asunto de la cultura...


Exactamente, porque según la tradición y costumbres de la tribu chaná, la hija más inteligente de los ta-to-ta u hombres superiores -ya que no había caciques, sino que los hombres más inteligentes y capaces dirigían la vida del pueblo- era instruida en todo el proceso de las leyes, reglas e historia chaná. Siempre se le enseñaba a una mujer, y se la llamaba adajo-chendén que significa mujer memoria. En caso de guerra con otra tribu o cualquier beligerancia ella debía irse con los niños a los escondites, a los lumí. Generalmente estos escondrijos estaban detrás de una laguna, ya que la vida de los chanás giraba en torno a un lago o en las islas. Además era más fácil defender una isla que una tierra.


Es decir que una mujer era la encargada de transmitir la cultura chaná. ¿En su caso quién fue?


Esa tradición de la mujer en mi caso no pudo cumplirse porque mi chona lo recibió de su madre, mi bisabuela de la suya, pero cuando mi madre llegó a ser adajo-chendén sus hijas mujeres fallecieron de niñas. Cuando llegó a una edad en la que supo que ya no podría procrear no tuvo más remedio que enseñármelo a mí, ya que estaba totalmente aislada. El pueblo chaná dejó de existir gracias a los engaños de los españoles....


¿Cómo es eso? Le pregunto porque un historiador entrerriano llamado Eleuterio Fernández Tiscornia menciona que a los últimos chanás y charrúas los pasaron a degüello los ejércitos ya no de los españoles, sino los mismos argentinos... ¿Qué información recibió usted por tradición oral?


Mi tradición y mis costumbres son anteriores a la conquista, son historias viejas. El pueblo chaná en realidad no fue masacrado, sino absorbido y asimilado por otras culturas. Según la tradición, cuando había un problema grande se realizaba un bolé-taparí o reunión con los ta-to-ta de cada pueblo. Cuando llegaron los conquistadores ofreciendo protección y mecenazgo, la ayuda de Dios y todo lo que podían ofrecer los lenguaraces, se decidió aceptar voluntariamente. Pero los conquistadores los repartieron como animales, para su servidumbre, violando a las mujeres y matando los hombres que se rebelaban. Les decían que enviarían sus hijos a estudiar cuando en realidad los esclavizaban. Esa fue su perdición. Siendo un pueblo guerrero no lucharon.


Y así, al separar a los hijos, rompieron los vínculos de una generación con la otra...


Claro, los desperdigaban. Las encomiendas y demás los fueron absorbiendo, fue de manera pacífica pero un exterminio al fin de cuentas. Hubo algunos que no lo aceptaron, como mi tatarabuelo, aunque era descendiente de chanás educados por jesuitas. Como él era un buen curandero lo dejaron tener sus cosas, su caballo, su casita, pudo seguir adelante. Vivió hasta los 107 años hasta que se suicidó. Mi hermano escribió un libro donde relata ese episodio: mi tatarabuelo se degolló luego de quedar ciego tras un accidente andando a caballo.


Mi familia siguió pero siempre con la advertencia utapec, que significa «prohibido»; no debíamos hablar de nuestra estirpe aborigen. El chaná tampoco debía llorar pase lo que le pase: «Utapec llorar chaná» nos decían. Desde la cuna se le enseñaba a no llorar. El pueblo chaná no lloraba jamás. Era una cultura diferente, no autóctona, aquí sólo estaban desde hace cuatro mil años.


Usted contaba que había una serie de preceptos con los ancianos y de cumplimiento obligatorio...


Ah sí, el anciano era respetado de una forma muy especial y el que faltaba a esa regla era castigado: podía ser desde expulsado, apaleado o incluso muerto. Si alguien le decía «viejo inservible» a un anciano era merecedor de una buena tunda o ser expulsado. Los niños eran educados en un respeto absoluto a sus mayores, por eso era tan grave faltarle el respeto a un anciano. El anciano era querido, apreciado y cuidado. Si necesitaba una casita nueva, por ejemplo, se lo ayudaba. Cuando los adultos salían a cazar o se ausentaban por alguna razón, los ancianos se quedaban cuidando y enseñando a los niños. El chaná no tomaba la mujer de nadie ni de otros pueblos ajenos a la raza. Cuando presentaba vello púbico visible dejaba la niñez y se convertía en tato-é, en «hombrecito». A partir de ahí podía buscar su compañera, pero no en su pueblo sino en otros. Podía traerse una mujer a su pueblo, o quedarse y formar parte del pueblo de su compañera. Al chaná original del clan sólo se lo apaleaba para castigarlo, pero al que no era original sino injertado se lo expulsaba. Por eso la expulsión era algo tan duro; el castigado debía irse dejando su mujer e hijos. El límite eran las reglas.


No había límites físicos entre los pueblos.


Claro. El territorio chaná comenzaba donde había esqueletos sin la cabeza. El aborigen de otra raza que veía eso, sabía que estaba entrando en territorio chaná. ¿Saben por qué al chaná se lo llama así? «Chaná» significa «estás muerto». Cuando el chaná vencía a su enemigo le cortaba la cabeza, y mientras hacía esto le decía «¡Chañá, chañá!» o sea «¡Estás muerto, estás muerto!» hasta que la cabeza quedaba separada del resto del cuerpo. Junto al chaná vivía otra tribu entrerriana llamada nbeguá chaná, que significa «a la sombra del chaná». «Nbé» es sombra y «Guá» es pegada, unida. Era una tribu de servicio al chaná, estaba bajo su protección. El chaná tenía varias formas de llamarse. Los guaraníes por ejemplo, les llamaban ñañás que en guaraní significa «peleador». El chaná era un pueblo guerrero pero que no era malo, no le interesaban las conquistas. Eran agresivos sólo cuando se defendían. En ocasiones los charrúas robaban algún niño para violarlo o para comerlo -ya que practicaban la antropofagia- entonces el rastreador chaná lo seguía junto a los guerreros y las guerreras -la mujer chaná también combatía-. Si localizaban el pueblo de donde provenía, lo atacaban en completo silencio y luego los perros se tomaban la sangre de las cabezas enemigas. Tenían grandes perros que también estaban enmudecidos, ya que les atrofiaban las cuerdas vocales. El pueblo agresor era exterminado por completo. Las mujeres iban a matar mujeres, ya que el chaná no mataba personas del sexo opuesto. Si alguna mujer chaná era muerta en combate ganaba el derecho a ser llevada nuevamente a su pueblo para ser cremada al igual que los guerreros, que eran los únicos que gozaban de este privilegio. Los hombres comunes muertos en batalla eran comidos por las hormigas carnívoras. Una vez limpios los huesos se los colocaba en urnas y era eso lo que se enterraba: los niños donde sale el sol y los adultos donde se pone.


También contaba que cuando un niño chaná quedaba huérfano era adoptado por toda la comunidad...


Sí. Los niños eran un motivo de fiesta cuando llegaban, tal es así que las madres cantaban mientras lo parían. Si sufría dolores se lo aguantaba, pero su costumbre era cantar pidiendo al Ti-jui-nem, su dios, que le diera un niño bueno, un buen hijo, un buen guerrero, un buen padre. Una vez nacido, el padre llevaba el niño al río para lavarlo y de esa forma presentarlo a la naturaleza, a su dios, al viento, a la tierra, al sol. Si bien los niños tenían y honraban a sus padres, también eran hijos de todo el pueblo, todos eran responsables de ellos y hasta les enseñaban sus oficios. Todo el pueblo era como una gran escuela. Los niños también podían ser castigados por otras personas además de sus padres, pero en ese caso además de castigarlo ese mismo día tenía que enseñarle algo útil. No sólo era un golpe de ortiga en sus canillitas. Los niños al igual que las niñas, a los diez años ya eran casi guerreros. Las niñas debían aprender a guerrear además de otras labores, ya que la tribu siempre estaba expuesta a posibles agresiones que venían de río arriba. El guaycurú era uno de los principales enemigos, una tribu muy belicosa que vivía de comerse a los demás y de robar mujeres, eran como piratas. A los doce años los niños ya eran guerreros, ya que debían saber pelear tanto con otros hombres como con animales salvajes como el yaguareté. Tan es así que en la ceremonia O-te-ta-tó a a-to-é o «hacer hombre al hombrecito», el padre le daba la última paliza mientras rezaba una oración diciendo que ésa era la última vez que le pegaba, que de ahí en adelante sufriría sus propios castigos. Luego, el hombrecito debía regresar con un yaguareté muerto: ahí se convertía en hombre y podía elegir su compañera.


¿Teme que el idioma se pierda?


Es probable que conmigo se pierda, porque si no encuentro otro y si muero cualquier día...


Pero usted está trabajando para conservarlo...


Eso es lo que estamos haciendo con el Conicet. Estamos por hacer un video de casi treinta horas donde yo debo decir cada palabra y explicarla, desarrollarla. Ya lo estamos haciendo, pero son treinta y nueve campos semánticos y apenas vamos tres... Es un trabajo de dos meses aproximadamente. Será un largo periplo.


¿Qué viene a ser cada campo semántico?


Los lingüistas del Conicet nos lo dieron por escrito: vida, animales, etcétera. Son listas de 50 o 100 palabras. Agua es atá; río es atá-má que significa «río pasando»; atá-renderé es laguna, «agua que no camina»; así con todo lo demás. Rayo es depotiném o «látigo de Dios»; Tijúi-nem es dios o «padre espiritual», el que a cada uno le da un alma. Las palabras hacen que el tema surja y se vayan sumando otras.


¿Qué siente ahora que lo descubrieron, que su tradición no quedará en el olvido?


Antes no tenía ese temor porque pensaba que habría cientos como yo, hasta que el Conicet comenzó a buscar otros y no apareció nadie. Y yo tengo 72. Ahora me estoy divorciando para casarme porque tengo un niño pequeño. Estoy un poco asustado, no tengo miedo a la muerte porque fui educado como un guerrero para encarar cualquier cosa, tan es así que nosotros vivimos armados -a veces cuando me están entrevistando en televisión me dicen que no vaya a sacar el revólver o el cuchillo-; pero mi temor ahora es que muera antes de poder traspasar todo el conocimiento.


EL ÚNICO REPRESENTANTE QUE QUEDA


El lingüista José Pedro Viegas Barros escuchó entrevistas grabadas, analizó el vocabulario, lo comparó con distintas lenguas ya perdidas de la región y elaboró un extenso documento de 15 carillas en el que concluye que el aporte de Jaime merece un estudio muy profundo, cosa que comenzó a realizarse a fines de 2005. Viegas es investigador adjunto del Conicet, dedicado al estudio de la lingüística histórica comparativa de lenguas aborígenes de la Argentina. Para él, el aporte de Blas tiene una gran importancia «porque Jaime podría ser el único representante que queda en la actualidad de una lengua y una cultura; la única muestra de una forma de ver el mundo de una parte de la humanidad. Es un caso raro y único, me parece, hasta ahora en América -apuntó el lingüista al diario La Nación-; una lengua que se mantuvo de generación en generación, según lo que cuenta don Jaime, transmitida por vía femenina. Se fue pauperizando gramaticalmente, incluso léxicamente. Pero creo que es la única oportunidad que tenemos de conocer algo de la lengua chaná».


UN DULCE Y MISTERIOSO IDIOMA


Adá e é ití: bebita, lactante.


Adá e é: bebita.


Adá e: nena, mujercita.


Adá: mujer, hembra.


Agud o: colmillos (principalmente animales)


Agud ta: molares.


Agud: dientes.


Aití: sal.


Amá nam: diez.


Amá: dos.


Amarí ug iti ití: flor de la vida, órgano sexual femenino.


Amarí: flor.


Amptí: nosotros (usted y yo, grupo)


Ancat: alma.


Añí: amarillo.


Aratá: luna.


Atá ma: río.


Atá re nderé: laguna.


Atá: agua.


Atalá: descanso.


Até nam: dedos de la mano.


Até verá vedé: dedos del pie.


Atic ayá tal: cuero trabajado


Atic ayá: cuero seco.


Atic: cuero, piel.


Atín: mosquito.


Atú: mosca.


Beada a: tierra.


Beada: madre.


Berá (o perá): piedra.


Besuí: pedir.


Brum brum: persona que habla demasiado, barullento.


Brum brum: trueno.


Colí nam: veinte (cuatro manos).


Colí: cuatro.


Curí terrá yenka: bicho que vive en cueva.


Curí: vizcacha.


Danam vedetá: monte, casa verde.


Danam vedetá: monte.


Danam: casa.


Dananat vedetá: monte.


Dananat: caserío.


Danantí ancat: depósito de almas, órgano sexual masculino.


Danantí ug ití: tetas, pechos, depósito de leche.


Danantí vedé: depósito del cuerpo, estómago.


Danantí: depósito.


Depotí nem: rayo, látigo de dios.


Depotí: látigo.


Dioí: sol.


Dul: volador, lo que vuela.


E: diminutivo (adá mujer, adáé nena)


E é: más diminutivo


Edmú: adelante, más adelante (después).


Emúemú: nutria (coipo).


Geit: tres.


Gipuai: imagen.


Gipuaiguat: imágenes.


Ianá atá: gordo del agua, carpincho.


Ianá: gordo, grueso.


Ichí: pez.


Igué: fruta.


Inchalá (nchalá): hermano.


Irap mbalatá: cola o rabo del animal.


Irap: atrás.


Irapé: ano.


Irapé: escapar.


Isopé: sangre, rojo.


Ití ití: vida.


Ití: leche.


Kumpú: comercializar, trueque, intercambio.


Lantec: lengua.


Marí atá vedé: orinar, tirar agua del cuerpo.


Marí irapé: defecar, tirar por atrás.


Marí: tirar, caer.


Marí depotí: cayó un rayo.


Mbalatá: animal.


Mbiní o oó: paloma.


Mbiní: pájaro.


Mboé ña: víbora ponzoñosa.


Mboé o: gran serpiente.


Mboé: víbora, culebra.


Mirrí ancat ta: almas que están arriba.


Mirrí: estrellas, almas de los muertos.


Mití ova lantec yaña: yo hablo el idioma chaná.


Mití: yo.


Moní edmú ta vedé: barba (pelo delante de la cabeza)


Moní: pelo, lana, cerda.


Moní: pelo.


Nam: cinco, mano.


Nchalá (inchalá): hermano.


Nderé: caminar, ir, venir.


Ndorí: lugar, pago, comarca.


Nehe (neje): lo pasado, ayer.


Neide yañá: pozo, excusado.


Neide yañá: sanitario, excusado.


Neide: trampa, pozo.


Nem: espíritu.


Ngüi: uno, número uno.


Ngüi: uno


Ña dul: flecha, muerte voladora.


Ña: muerte.


O: aumentativo (tijuí padre, tijuí o abuelo)


Oblé: hacer el amor.


Oblí: lindo, bueno.


Ocal: ojos.


Ocalá ancat ta: lluvia, lágrimas de las almas.


Ocaté: manchado, sucio.


Ocó ug dioí: tiempo del sol, día.


Ocó: tiempo.


Onmá (ornmá): semilla.


Opatí ma atá: gente que viene de río arriba.


Opatí má: pueblo, conjunto.


Opatí: familia, grupo familiar.


Ová: boca.


Oyendén: memoria.


Palá ayá: rama seca.


Palá: rama, remo.


Palaá: brazos.


Pelét ta: muslo.


Pelet: pierna.


Perá (o berá): piedra.


Perás: hombres de las piedras, hombres del noroeste.


Re uamá: enemigo, o no amigo.


Reé ianá: flaco.


Reé: no.


Shilá: reír, hacer el amor.


Ta vedé: cabeza.


Ta: arriba, alto.


Taé: malo (un perro salvaje, una mala persona).


Tal: trabajo, tarea.


Tapaí mirrí: nubes, color gris.


Tapaí tuté: carne.


Tapaí vedé: ropa.


Tapaí: techo.


Tató e é ití: bebé varón lactante.


Tató e: nene, hombrecito.


Tató ta: persona distinguida, persona del consejo.


Tató: hombre, macho.


Terrá: cueva.


Tijuí o pé: tío.


Tijuí o: abuelo.


Tijuí oblí veté: curandero.


Tijuí: padre.


Tijuinem: dios, padre de las almas.


Timó: oreja.


Timotec: escuchar.


Timú: pichón, hijo.


Tuté eé: uñas.


Tuté: huesos.


Uamá: amigo.


Ubaédioí: luz del sol.


Ubaé mirrí: vislumbre de las estrellas.


Ubaé ug aratá: luz de la luna.


Ubaé yogüin: luz del fuego.


Ubaé: luz.


Ug: de.


Ugadé: cuchara del agua.


Upí o: tormenta.


Upí: viento.


Urú e: lechucita.


Urú: lechuza.


Utaí: balza, canoa.


Utí: nariz.


Utí: nariz.


Uticá: olor.


Vanatí atá má: arroyo.


Vanatí beada: árbol.


Vanatí yogüin: humo.


Vanatí: hijo.


Vedé ta: cabeza.


Vedé verá (verá vedé): pie, cuerpo abajo.


Vedé: cuerpo.


Vedetá: verde.


Velá é uticá taé: zorrino (negrito de mal olor).


Velá e: negrito.


Velá: negro.


Verá: abajo.


Viotí: cuello, cogote.


Vuní ó añí: gato grande amarillo, puma.


Vuní ó ocaté: gato grande manchado, yaguareté.


Yañá: estás muerto, grito de guerra.


Yenka: sepultura (sepultaban los huesos).


Yogüin o: incendio.


Yogüin: fuego.




(Recogidas por Tirso Fiorotto y publicadas en diario Uno)




* Publicado en el semanario El Miércoles, el 11 de octubre de 2006.